Supongo que ser nieto de agricultores sin tierra, y criarte en una pedanía en medio del Campo de Cartagena marca para siempre, y en mi caso, entiendo que felízmente.
En un pueblo pequeño como mi querido Pozo Estrecho, el reducido círculo de vecinos con el que tu familia entabla amistad, con el paso de los años pasa a formar parte de ella.
La verdad es que hace ya tiempo que no vivo allí pero recuerdo con mucho cariño aquellos sábados en los que me despertaba no muy tarde y al llegar aun con legañas a la cocina a desayunar no había ni silla por la cantidad de allegados que espontáneamente se había pasado a compartir ese momento con nosotros.
Tampoco era raro que alguno de ellos trajera bollos o pan para el desayuno, algún embutido, un trozo de algún bicho recién matado o cualquier tipo de verdura; y mi madre a su vez les daba algo de lo que había recibido el día anterior de otros familiares o amigos.
Pudiera parecer que esto es algo similar al trueque, en cuyo caso si finalmente nos echan del euro, en mi pueblo llevaríamos ventaja para subsistir, pero la verdad es que nadie daba nada esperando recibir algo a cambio, todo era fruto de una costumbre de toda la vida…
En este sentido, lo de la verdura siempre me ha hecho especial gracia, y con frecuencia he presumido en ciudad, de que en los pueblos compramos poca verdura, pues con éste sistema de ir dando de lo que tienes, hemos ido comiendo (incluso engordando algún kilillo de más algunos, pero no será de la verdura supongo), pues nunca han faltado en casa melones, sandías, naranjas, lechugas, etc.
Tampoco era raro llegar a la entrada de casa a veces y encontrarte colgada en el pomo de la puerta un bolsica de alcachofas de alguien que pasó a darla en persona y no nos encontró, o que alguna vecina trajera un plato de comida de lo que había cocinado ese día, o el último postre que había preparado para que lo probásemos.
Debido a todas estas cosas que he vivido en casa, y en el pueblo en general, puedo decir con orgullo que tengo una suerte enorme de haber sido educado de esta manera, a compartir lo que tengo, a disfrutar dando.
Recuerdo con mucho cariño por ejemplo, los años buenos de la construcción, en que llegaba a casa con tres o cuatro lotes de navidad, y me juntaba con mi madre y mi hermana para agruparlo todo con sus respectivas cestas, reorganizarlo en nuevos paquetes para después en los días siguientes regalarlos casi todos.
Vienen años difíciles y además del dinero ‘negro’ conocido por todos, hay algo que hasta ahora está manteniendo la cohesión social, y es sin duda la solidaridad de las familias, que para mí, echando la vista atrás, no es otra que la bolsica de alcachofas…
P.D. Los galileos, con nuestra particular idiosincrasia, preferimos el término de origen árabe alcauciles, al igual que usamos con frecuencia para otras verduras los términos pésoles, o bajocas, por ejemplo. Tenía que decirlo.