domingo, 27 de noviembre de 2011

´La bolsica de alcachofas.'

            Supongo que ser nieto de agricultores sin tierra, y criarte en una pedanía en medio del Campo de Cartagena marca para siempre, y en mi caso, entiendo que felízmente.
            En un pueblo pequeño como mi querido Pozo Estrecho, el reducido círculo de vecinos con el que tu familia entabla amistad, con el paso de los años pasa a formar parte de ella.
            La verdad es que hace ya tiempo que no vivo allí pero recuerdo con mucho cariño aquellos sábados en los que me despertaba no muy tarde y al llegar aun con legañas a la cocina a desayunar no había ni silla por la cantidad de allegados que espontáneamente se había pasado a compartir ese momento con nosotros.
Tampoco era raro que alguno de ellos trajera bollos o pan para el desayuno, algún embutido, un trozo de algún bicho recién matado o cualquier tipo de verdura; y mi madre a su vez les daba algo de lo que había recibido el día anterior de otros familiares o amigos.
             Pudiera parecer que esto es algo similar al trueque, en cuyo caso si finalmente nos echan del euro, en mi pueblo llevaríamos ventaja para subsistir, pero la verdad es que nadie daba nada esperando recibir algo a cambio, todo era fruto de una costumbre de toda la vida…
            En este sentido, lo de la verdura siempre me ha hecho especial gracia, y con frecuencia he presumido en ciudad, de que en los pueblos compramos poca verdura, pues con éste sistema de ir dando de lo que tienes, hemos ido comiendo (incluso engordando algún kilillo de más algunos, pero no será de la verdura supongo), pues nunca han faltado en casa melones, sandías, naranjas, lechugas, etc.
Tampoco era raro llegar a la entrada de casa a veces y encontrarte colgada en el pomo de la puerta un bolsica de alcachofas de alguien que pasó a darla en persona y no nos encontró, o que alguna vecina trajera un plato de comida de lo que había cocinado ese día, o el último postre que había preparado para que lo probásemos.
            Debido a todas estas cosas que he vivido en casa, y en el pueblo en general, puedo decir con orgullo que tengo una suerte enorme de haber sido educado de esta manera, a compartir lo que tengo, a disfrutar dando.
Recuerdo con mucho cariño por ejemplo, los años buenos de la construcción, en que llegaba a casa con tres o cuatro lotes de navidad, y me juntaba con mi madre y mi hermana para agruparlo todo con sus respectivas cestas, reorganizarlo en nuevos paquetes para después en los días siguientes regalarlos casi todos.
Vienen años difíciles y además del dinero ‘negro’ conocido por todos, hay algo que hasta ahora está manteniendo la cohesión social, y es sin duda la solidaridad de las familias, que para mí, echando la vista atrás, no es otra que la bolsica de alcachofas…

            P.D. Los galileos, con nuestra particular idiosincrasia, preferimos el término de origen árabe alcauciles, al igual que usamos con frecuencia para otras verduras los términos pésoles, o bajocas, por ejemplo. Tenía que decirlo.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

'Aquí encontré mi pequeña geoda.'

No es poca la gente que me pregunta qué hago viviendo solo todo el invierno en la playa, y la verdad es que intentando ser breve, a todos les respondo que aunque sólo llego de la oficina de Murcia apenas a cenar algo y a dormir, me encanta esta forma de vida.
Pese a que no solía venir mucho  a la casa de mis padres en Los Alcázares durante mis inviernos en mi época de instituto, la verdad es que tras mi estancia durante la carrera en Madrid, una de las cosas que más echaba de menos era el mar. Así que supongo que si los años anteriores apenas había ido, era porque me tranquilizaba el hecho de saber que podía volver cuando quisiera desde Pozo Estrecho (y así lo hacía incluso en bicicleta más de una vez).
Tras mi vuelta, me planteé que sería ideal poder pasear a diario por el paseo de Los Alcázares, a la hora que fuese, y cuando por fin ahorré para la entrada de mi vivienda, al tener un trabajo itinerante en aquellos momentos, no había inconveniente para establecerme en  Los Narejos, pues a veces estaría lejos, pero otras estaría cerca de mi puesto de trabajo…
Y así lo hice, y tras algún añico adicional antes de mudarme para ahorrar para muebles, voy ya para el cuarto invierno aquí…
Supongo que se me iluminan un poco los ojos cuando explico a amigos y conocidos lo bien que se está aquí los fines de semana todo el año, con un clima en general excelente y los chiringuitos siempre abiertos en un casi eterno verano…
Pero lo que apenas cuento son la suma de sensaciones que experimento noches como la de hoy, en la que en ausencia de viento y frío, con una mar absolutamente en calma, y por un paseo vacío, siento moverme en un instante congelado, dentro de una preciosa fotografía donde son compatibles la belleza del paisaje con un cierto aire nostálgico…
Siempre me han gustado las geodas, pues son una muestra más del triunfo de la belleza incluso en las más duras condiciones, como son la presión y la temperatura a la que algunas se forman, incluso en pequeñas burbujas de gas.
Posiblemente me estoy enfrentando estos años a muchas incertidumbres personales y profesionales, así que vivo cada invierno sin saber si estaré aquí el siguiente, pero mientras tanto disfruto estos paseos sabiendo que aquí encontré mi pequeña geoda…

domingo, 13 de noviembre de 2011

¿Te comerías a tu gato?

Repasaba una noche de esta semana mi ‘time-line’ de twitter, cuando encontré por casualidad una página de test filosóficos sobre la moral, tanto propia como colectiva. 
Aunque era algo tarde y estaba cansado, no me pude resistir a hacer un par de entre varios cuyos títulos eran tan impactantes como el que da nombre a esta nota.
El test  ‘¿Te comerías a tu gato?’, según lo ibas haciendo te ibas dando cuenta de que lo que se pretendía averiguar de ti era la percepción que tenías sobre algo aparentemente reprobable o incluso repugnante para algunos, y si difería el hecho de que lo hicieran otros o tú mismo. Al acabarlo comparaban tus resultados con los de los demás, y te daban una explicación sesuda sobre tus principios morales también en relación contigo mismo y con los demás.
En resumen, en éste y otros test como el de ‘¿Matarías al hombre gordo?’, de alguna manera (aunque un poco estresante eso sí), se evaluaba el nivel de coherencia de nuestra moral, algo tan poco de moda en estos días….
Y si ya nosotros mísmos tenemos serios desajustes entre lo que pensamos, juzgamos y hacemos, para qué os voy a contar cómo cambiamos cuando nos sumergimos en la colectividad. ‘Cuando las personas se convierten en gente dan asco.’, decía un antiguo compañero de trabajo al respecto.
Son cantidad la de efectos psicológicos y sociológicos los que se dan al pasar de ser personas a gente, algunos de los cuales son muy conocidos y cotidianos (el dramático ‘Efecto espectador’ es un claro ejemplo), y otros dan para echar un buen rato con los amigos y unas cervecitas.
Por ejemplo, para redactores del horóscopo y de test para revistas femeninas, incuso para  ‘algunos’ políticos, decir ambigüedades según ‘El efecto Forer’, les puede ser de mucha utilidad, pues siempre habrá mucha gente que se identifique con el mensaje.
A algún infiel me extrañaría en cambio que le cuele la excusa de ser víctima del ‘Efecto Coolidge’ si le pillan con la nueva vecina, aunque sea de aplicación a todos los mamíferos.
Y ya para terminar, ahí dejo otro efecto motivo de conversación cervecera:
Resulta que en las últimas décadas las puntuaciones de test de coeficiente intelectual subían de manera constante década a década en todo el mundo según ‘El efecto Flynn’, parece ser debido a mejoras en alimentación y sanidad.
Eso ha sido así hasta la década de los 90, en la cual se han estancado las puntuaciones…
¿Algo que decir cervecita en mano?

domingo, 6 de noviembre de 2011

'Espalda contra espalda.'

Hay libros que te enganchan más, otros quizá no tanto….
De algunos, te quedas con la idea central que interpretas quiere transmitir el autor, aunque te resulten un poco pesados de leer por su estilo narrativo.
Otros son algo más superficiales, pero tienen una redacción fresca y dinámica, que hacen que vuelen sus páginas entre tus dedos.
Muy de cuando en cuando, cae cerca de tu mesilla una obra que combina magistralmente ambas facetas, y te dedicas a sacarla del dormitorio y pasearla contigo a todas partes, aun con un elevado riesgo (en mi caso)  de perderla…
Pero lo que no me ocurre todos los años, es disfrutar de  una obra que cambie de manera importante mi visión del mundo.
La última de este tipo la leí hace unos meses: ‘Los próximos cien años.’,  de George Friedman, experto de renombre mundial en geopolítica.
El título de la obra es bastante explícito, pues a lo largo de sus párrafos el autor va desgranando en base a razonamientos históricos, geográficos y políticos, como prevé la historia década a década del presente siglo…
La verdad es que no sé qué grado de acierto podrá tener en sus predicciones, pero de lo que me quedo con el libro, es que vivimos en un mundo mucho más inseguro de lo que percibía antes de leerlo.
Mis conocimientos de historia son muy elementales, y si a eso le sumas que he nacido y me he criado en décadas de paz en la zona occidental del Viejo Continente, de alguna manera inconsciente he asimilado esa situación como inmutable…
 No obvio que aunque desde pequeño no he parado de ver guerras en los telediarios, siempre las he percibido como algo lejano de los países desarrollados, y la excepción a ésto, la Guerra Fría, me pilló en su última fase en pantalón corto subiéndome a los árboles para hacerme tirachinas…
El caso es que tras la lectura de sus párrafos, veo el mundo, países desarrollados incluidos, en una permanente tensión que a la vez lo impulsa, como aquel juego infantil que nos hacían practicar en clases de gimnasia, que consistía en juntar espaldas sentados por parejas, y combinando fuerza con habilidad, conseguir ponerse de pie empujando los dos miembros con la misma intensidad y en la misma zona….
Ni que decir tiene que esto se puede extrapolar a muchos y variados  ámbitos de la sociedad actual, pues así percibo desde hace mucho más tiempo, que se rigen muchos consejos de administración de importantes empresas y desde luego los órganos de gobierno de los partidos políticos…
Ahora bien… ¿Recordáis qué pasaba cuando tras un importante esfuerzo ambas personas estaban a punto de erguirse, y de repente una de ellas daba un empujón arrebatado cuya pareja no podía contrarrestar en ese mismo instante…?

jueves, 3 de noviembre de 2011

El mortero.


Creo recordar que cuando me lo regaló para mi nueva casa, supongo que poco antes de mudarme, me dijo que me traería suerte.
Aunque hace unos años que nos abandonó, su alegría y sus ganas de vivir contagiosas fueron un regalo para una familia que en aquellos momentos lo necesitaba. Por ello, de alguna manera formó parte de ella desde el primer día y su recuerdo perdura a diario en nuestros corazones.
Desde hace poco, mi madrina me echa una mano en casa, y como es habitual en alguien que sólo regresa a dormir, no suelo estar cuando lo hace. Ni que decir tiene que al ordenarme la casa con todo el cariño del mundo, cuando llego me cuesta encontrar algunas cosas, de la cocina sobre todo,.
El mortero pertenece a este grupo, y reconozco que me encanta buscarlo por los armarios, los días como hoy, en los que recién llegado no lo encuentro tras su visita, para volver a ponerlo de nuevo en su sitio, sobre la encimera de la cocina, entre el microondas y la vitro.
Puede parecer una tontería, pero me gusta pensar que si me puede ver, con este trasiego de mortero las últimas semanas, sonríe y se alegra de que no deje que se guarde su recuerdo.
Podría decirle a mi madrina que no lo guarde nunca más, pero moverlo de sitio una vez a la semana no es para tanto…….  
¿O no?