A
menos que esté fuera de la Región, tras una intensa semana laboral en Murcia,
los fines de semana me gusta salir a pasear por la playa con la compañía de
algún programa de radio.
Hace
unos días, por ejemplo, sintonizaba ‘Te doy mi palabra.’ de Isabel Gemio en
Onda Cero, cuando a mitad de entrevista a José Luis Garci (con motivo de la
publicación de su último libro sobre cine descubriría después), y en un determinado
momento afirmaba algo así como ‘Las
crisis ocurren cuando lo viejo no termina de irse y lo nuevo no termina de
llegar.’
Hablando
también de crisis, hace un par de semanas, esta vez en televisión, en el
programa ‘Salvados.’, Arturo Pérez Reverte con cierta resignación afirmaba ante
Jordi Évole que ‘lo más triste es que
deseamos que pase esta crisis para volver a hacer lo mismo que la causó’.
Me parecieron
interesantes ambas afirmaciones, especialmente la segunda que remarcaba el
carácter cíclico de los vaivenes de la economía (como conjunto de decisiones de
la sociedad). Así vivimos en el contexto de una economía siempre en constante
cambio, y que si alguna vez parece estar equilibrada lo es por el equilibrio puntual
e inestable del comportamiento macroeconómico de las variables más importantes
(PIB de un país y sus componentes, tasa de empleo, inflación, tipos de interés,
etc) , como el de un lavabo en el que se deja un grifo abierto y por el
sumidero desagua exactamente las misma cantidad
de agua que la del chorro que pretende hacerlo rebosar.
Precisamente
esta analogía entre comportamiento de una economía y un circuito hidráulico
sirvió de base para que el economista neozelandés William Phillips inventara en
1949 un ordenador hidráulico (MONIAC), que en definitiva consistía en un entramado
de tuberías y vasos transparentes por el que el agua, que representaba el
dinero, debía circular. El circuito comenzaba con la emisión de dinero del
Tesoro, y a lo largo de una red de bifurcaciones, con otros depósitos y válvulas
y bombas, se iban simulando los efectos de importaciones, exportaciones,
impuestos, inversiones ahorro, superávit, déficit etc. Se pretendía conocer con
anticipación cualquier efecto en la economía de la alteración de alguna de las
variables citadas, intentando evitar que el sistema se secase o encharcase. Con
independencia de que la economía tiene un comportamiento de una complejidad muy
superior a la que dicho ordenador conseguía representar, hay que reconocer que
el invento resultaba tremendamente ingenioso y pedagógico, por lo que me
encantó poder contemplar en su momento una de los escasas máquinas fabricadas en el Museo de la Ciencia de
Londres.
Máquina
MONIAC exhibida en el
Reserve Bank
of New Zealand (Fuente: Wikipedia.)
Así
que pensando en los flujos económicos como caudales de líquidos que llenan
recipientes, se me hace extraño entender una
economía como la nuestra, en la que se da por sobreentendido que
(representada por el PIB como variable fundamental) tiene que crecer indefinidamente para que las cosas vayan
razonablemente bien, siendo por ejemplo ahora mismo una de las mayores
preocupaciones sobre la economía de nuestro país discernir cuánto tiene que
crecer para generar empleo: que si un 1,5%, o tal vez un 2,5%,…; quién sabe.
En
primer lugar, para crecer constantemente de manera indefinida ( en un mundo en
el que además cada vez somos más) , se intuye que como poco (a igualdad de precios),
hay que consumir (destruir) al menos a la misma velocidad que se crea. Aquí
entrarían en juego la obsolescencia programada de infinidad de bienes
producidos, el marketing para estimular las motivaciones de compra de muchos
productos que en sentido estricto o no necesitamos o vienen a sustituir a otros
aun útiles y en última instancia, la capacidad destructiva de los siempre
indeseables desastres naturales y las temidas guerras.
En
segundo lugar, nunca hay que olvidar que no se cuenta con recursos ilimitados
que respalden indefinidamente dicho crecimiento, en particular el (tan
estrechamente ligado al PIB) consumo de energía, y otros factores limitantes
como la capacidad del planeta para absorber la contaminación generada por la
actividad económica humana, o la superficie cultivable, entre otros…
Bajo
esta premisa de razonamiento que cuestionaba la posibilidad de un crecimiento
ilimitado basado en recursos limitados, en 1968 se fundó el Club de Roma en
dicha ciudad, una asociación de tipo ONG integrada por políticos y científicos.
Esta asociación prácticamente desde sus orígenes es mundialmente conocida por
haber encargado al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) el célebre
informe ‘Los límites al crecimiento.’ publicado por primera vez en 1972, y que
desde entonces ha sido motivo de revisiones aproximadamente decenales. Para
elaborarlo se utilizó una técnica llamada Dinámica de Sistemas, que a través de
un programa informático específico (World3) realizó diversas simulaciones,
obteniendo la siguiente conclusión principal:
‘Si el actual incremento de la población
mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de
alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites
absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años.’
(Fuente:
Wikipedia).
Como
os podréis imaginar, algunos de los escenarios que contempla no son muy
atractivos, pues habla de agotamiento de recursos naturales, seguido de un
colapso de producción agrícola e industrial y un brusco decrecimiento de la
población humana. Lógicamente desde su publicación han generado no pocas
controversias, siendo las principales críticas que no tiene en cuenta los
efectos favorables de nuevas tecnologías que puedan aparecer hasta entonces.
También se les acusa de haber manipulado datos para obtener tan catastrófico
resultados. En cualquier caso no se puede negar que más allá de la precisión de
sus terribles predicciones, tratan de alertar sobre peligros relativamente inminentes,
y aportan posibles soluciones constructivas en la búsqueda de un futuro mejor a
largo plazo.
En mi opinión (a nivel de barra
de bar), qué duda cabe de que en las próximas décadas se van a desarrollar
espectaculares avances tecnológicos en las áreas de ingeniería genética,
nanotecnología e inteligencia artificial, que van a alterar sustancialmente la
forma de alimentarnos, sanarnos,
educarnos y relacionarnos. También llegarán la fusión nuclear como fuente de
energía y se desarrollarán muchísimo las renovables: la cuestión
es si estos avances llegarán a tiempo como la mano amiga que salva del precipicio
al escalador protagonista de la película en el último minuto.
Mientras tanto, en vez de esperar a esos desarrollos,
y seguir con el mismo modelo económico como el que paseando se encuentra una
piedra y le da una patada a sabiendas de
que se la volverá a encontrar unos metros más adelante…
¿No sería mejor comenzar a
plantearnos modelos económicos alternativos, más austeros y sostenibles?