lunes, 18 de noviembre de 2013

'De grifos abiertos y patadas a la piedra.'


                A menos que esté fuera de la Región, tras una intensa semana laboral en Murcia, los fines de semana me gusta salir a pasear por la playa con la compañía de algún programa de radio.

Hace unos días, por ejemplo, sintonizaba ‘Te doy mi palabra.’ de Isabel Gemio en Onda Cero, cuando a mitad de entrevista a José Luis Garci (con motivo de la publicación de su último libro sobre cine descubriría después), y en un determinado momento afirmaba algo así como ‘Las crisis ocurren cuando lo viejo no termina de irse y lo nuevo no termina de llegar.’

Hablando también de crisis, hace un par de semanas, esta vez en televisión, en el programa ‘Salvados.’, Arturo Pérez Reverte con cierta resignación afirmaba ante Jordi Évole que ‘lo más triste es que deseamos que pase esta crisis para volver a hacer lo mismo que la causó’.

Me parecieron interesantes ambas afirmaciones, especialmente la segunda que remarcaba el carácter cíclico de los vaivenes de la economía (como conjunto de decisiones de la sociedad). Así vivimos en el contexto de una economía siempre en constante cambio, y que si alguna vez parece estar equilibrada lo es por el equilibrio puntual e inestable del comportamiento macroeconómico de las variables más importantes (PIB de un país y sus componentes, tasa de empleo, inflación, tipos de interés, etc) , como el de un lavabo en el que se deja un grifo abierto y por el sumidero desagua exactamente las misma cantidad  de agua que la del chorro que pretende hacerlo rebosar.

Precisamente esta analogía entre comportamiento de una economía y un circuito hidráulico sirvió de base para que el economista neozelandés William Phillips inventara en 1949 un ordenador hidráulico (MONIAC), que en definitiva consistía en un entramado de tuberías y vasos transparentes por el que el agua, que representaba el dinero, debía circular. El circuito comenzaba con la emisión de dinero del Tesoro, y a lo largo de una red de bifurcaciones, con otros depósitos y válvulas y bombas, se iban simulando los efectos de importaciones, exportaciones, impuestos, inversiones ahorro, superávit, déficit etc. Se pretendía conocer con anticipación cualquier efecto en la economía de la alteración de alguna de las variables citadas, intentando evitar que el sistema se secase o encharcase. Con independencia de que la economía tiene un comportamiento de una complejidad muy superior a la que dicho ordenador conseguía representar, hay que reconocer que el invento resultaba tremendamente ingenioso y pedagógico, por lo que me encantó poder contemplar en su momento una de los escasas máquinas  fabricadas en el Museo de la Ciencia de Londres.
Máquina MONIAC exhibida en el
Reserve Bank of New Zealand (Fuente: Wikipedia.)

Así que pensando en los flujos económicos como caudales de líquidos que llenan recipientes, se me hace extraño entender una economía como la nuestra, en la que se da por sobreentendido que (representada por el PIB como variable fundamental) tiene que crecer indefinidamente para que las cosas vayan razonablemente bien, siendo por ejemplo ahora mismo una de las mayores preocupaciones sobre la economía de nuestro país discernir cuánto tiene que crecer para generar empleo: que si un 1,5%, o tal vez un 2,5%,…; quién sabe.

En primer lugar, para crecer constantemente de manera indefinida ( en un mundo en el que además cada vez somos más) , se intuye que como poco (a igualdad de precios), hay que consumir (destruir) al menos a la misma velocidad que se crea. Aquí entrarían en juego la obsolescencia programada de infinidad de bienes producidos, el marketing para estimular las motivaciones de compra de muchos productos que en sentido estricto o no necesitamos o vienen a sustituir a otros aun útiles y en última instancia, la capacidad destructiva de los siempre indeseables desastres naturales y las temidas guerras.

En segundo lugar, nunca hay que olvidar que no se cuenta con recursos ilimitados que respalden indefinidamente dicho crecimiento, en particular el (tan estrechamente ligado al PIB) consumo de energía, y otros factores limitantes como la capacidad del planeta para absorber la contaminación generada por la actividad económica humana, o la superficie cultivable, entre otros…

Bajo esta premisa de razonamiento que cuestionaba la posibilidad de un crecimiento ilimitado basado en recursos limitados, en 1968 se fundó el Club de Roma en dicha ciudad, una asociación de tipo ONG integrada por políticos y científicos. Esta asociación prácticamente desde sus orígenes es mundialmente conocida por haber encargado al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) el célebre informe ‘Los límites al crecimiento.’ publicado por primera vez en 1972, y que desde entonces ha sido motivo de revisiones aproximadamente decenales. Para elaborarlo se utilizó una técnica llamada Dinámica de Sistemas, que a través de un programa informático específico (World3) realizó diversas simulaciones, obteniendo la siguiente conclusión principal:

              ‘Si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años.’ (Fuente: Wikipedia).

                Como os podréis imaginar, algunos de los escenarios que contempla no son muy atractivos, pues habla de agotamiento de recursos naturales, seguido de un colapso de producción agrícola e industrial y un brusco decrecimiento de la población humana. Lógicamente desde su publicación han generado no pocas controversias, siendo las principales críticas que no tiene en cuenta los efectos favorables de nuevas tecnologías que puedan aparecer hasta entonces. También se les acusa de haber manipulado datos para obtener tan catastrófico resultados. En cualquier caso no se puede negar que más allá de la precisión de sus terribles predicciones, tratan de alertar sobre peligros relativamente inminentes, y aportan posibles soluciones constructivas en la búsqueda de un futuro mejor a largo plazo.

                En mi opinión (a nivel de barra de bar), qué duda cabe de que en las próximas décadas se van a desarrollar espectaculares avances tecnológicos en las áreas de ingeniería genética, nanotecnología e inteligencia artificial, que van a alterar sustancialmente la forma de  alimentarnos, sanarnos, educarnos y relacionarnos. También llegarán la fusión nuclear como fuente de energía y se desarrollarán muchísimo las renovables: la cuestión es si estos avances llegarán a tiempo como la mano amiga que salva del precipicio al escalador protagonista de la película en el último minuto.

                Mientras  tanto, en vez de esperar a esos desarrollos, y seguir con el mismo modelo económico como el que paseando se encuentra una piedra y le da una patada  a sabiendas de que se la volverá a encontrar unos metros más adelante… 

¿No sería mejor comenzar a plantearnos modelos económicos alternativos, más austeros y sostenibles?

domingo, 3 de noviembre de 2013

'De planos coloreados y programas que no vi.'


No hace mucho emitían en una cadena una serie que nunca vi de la que sólo recuerdo su título: ‘El Noble Oficio de la Construcción’. Supongo que sabría de su existencia por algún anuncio  o quizás una breve reseña en la guía de programación del periódico.

El caso es que se refería a mi profesión, y sonaba bien en mi mente llamarla noble, porque como a quien más o a quien menos, me gusta saber que me gano la vida aportando mi pequeña contribución a la sociedad, siempre intentando dar lo mejor de mí. Además, todo hay que decirlo, me enorgullece que en nuestro sector, constructoras e ingenierías españolas estén a la vanguardia a nivel mundial, aún a pesar de lidiar en casa con una crisis sin precedentes, tanto en la edificación residencial como en el conjunto de inversiones en obras públicas.

Os adelanto todo esto porque sin incidir demasiado en los entresijos de la construcción, como os podréis imaginar, en el día a día de la profesión pese a la gran cantidad de imprevistos, contratiempos y dificultades de todo tipo (muchas veces causadas por esta peculiar idiosincrasia patria), resulta tremendamente gratificante ver crecer día a día cualquier proyecto pasando del papel a la realidad.

Recuerdo  por ello con mucho cariño cuando, como jefe de obra, te daban tus jefes un proyecto y tras una revisión preliminar rápida en la pantalla de tu ordenador, te ibas imprimiendo un juego personalizado de planos, en los que ibas anotando con una amplia gama de colores todas tus impresiones iniciales, dudas, revisiones de textos y acotaciones, consiguiendo con ello la doble tarea de hacerte una imagen mental precisa de la obra terminada y a la vez de sentir tuya  la ilusión por construirla.

Emociones similares sentías posteriormente, al realizar una programación precisa de los trabajos a realizar, obligándote a la vez con tu empresa y contigo mismo a cumplir (y si es posible mejorar) tanto los costes y plazos parciales de las distintas fases de la obra como los totales previstos.

Y es que, esto es importante, cuando a los sueños se le ponen fechas pasan a llamarse objetivos, así que de alguna manera todo lo que he aprendido en los últimos años en mi profesión sobre esta forma de trabajar por proyectos es tremendamente útil por ser extrapolable a cualquier otra actividad o faceta de nuestra vida.

Aunque eso sí, con la enorme diferencia de que en nuestra vida personal, no nos van a traer ningún proyecto, nadie va a venir a soñar por nosotros….

Fotografía  cortesía de Carmen Pizarro. ;)


 
 
 




sábado, 2 de noviembre de 2013

'De butacas solitarias.'


             Dos décadas acaban de cumplir un par de películas completamente diferentes como son ‘Amor a quemarropa.’ y ‘El último gran héroe.’ , pero que parten de una trama común, y es que ambas comienzan con el protagonista yendo al cine solo. No pude verlas en su estreno, pero incluso en casa, reconozco que,  aun sin haberlo experimentado todavía, la idea de visionar pelis solo en las salas, me parecía algo extraño y atractivo a la vez.

Era mi época de instituto en Torre Pacheco y ya entonces enamorado de la gran pantalla, sin carnet de conducir y con la paga semanal como únicos ingresos, tenía ciertas dificultades para trasladarme a las salas de Cartagena con la frecuencia que hubiera deseado.

Como la todos vosotros que me leéis, muchos giros argumentales de todo tipo ha dado mi vida desde entonces, y en los últimos años pienso bastante en los peculiares ingleses y de  si sabrán mucho de soledad, por lo acertado de distinguir entre los adjetivos ‘lonely’ y ‘alone’, siendo el primero aplicable a un estado voluntario, buscado; y el segundo, de alguna manera impuesto, o sobrevenido. Y es que mi vida ha oscilado en los últimos años al ritmo de un  péndulo caprichoso y escurridizo entre ambos, como resortes de un muelle imaginario que me atrae hacia uno cuando se acerca demasiado al otro.

Sin embargo, si hay algo que me ha acompañado siempre entre tanta oscilación, ha sido mi amor por el séptimo arte: como ‘lonely’, he disfrutado muchísimo entre butacas  estrenos de películas de Sofía Coppola, Quentin Tarantino, David Lynch, Isabel Coixet, Woody Allen, Lars von Triers, Julio Medem, Lasse Hallström, Daniel Sánchez Arévalo y un largo etcétera; como ‘alone’, en cambio, son muchas las noches sin plan alguno como la de hoy, en las que prefiero elegir la que menos me disgusta de la cartelera para visionar, a veces con gratas sorpresas, películas de prácticamente cualquier género.

Pero, será por sibarita, o por enamorado de la belleza en general, que no hay sesión sin excepción, en que haga una cuenta atrás mental deseando que el cero coincida con la atenuación y posterior apagado de las luces de la sala, para inmediatamente disfrutar hasta de los tráiler con la emoción de quien disfruta ensimismado de la magia de lo nuevo por primera vez…