martes, 10 de febrero de 2015

'La distancia.'

A pesar de saber con anterioridad de su existencia, creo que sería unas semanas antes de navidades mirando en unos grandes almacenes varios modelos de portátiles, cuando prácticamente me topé por primera vez con una televisión en alta definición con pantalla curva.
No pude evitar pararme para comprobar si había habido con estos nuevos aparatos un salto cualitativo considerable en la calidad de la imagen. Supongo que así era, y el hecho de que además para su diseño se hubiera decidido curvar la pantalla con el propósito (intuyo) de generar una sensación envolvente del visionado, me hizo pensar que no está tan lejos el día en que su imagen se logre hacer indistinguible de la realidad.
Seguramente en la batalla tecnológica por lograr entornos artificiales hiperrealistas, irán siempre por delante de la televisión los sistemas de realidad virtual, o los generadores de hologramas, pero con independencia de que la finalidad próxima de cada una de las empresas desarrolladoras de estas tecnologías sea aumentar sus ventas ( y en definitiva sus beneficios), no me queda tan clara la finalidad última de este progreso tecnológico en particular.
Puedo llegar a entender que estas futuras simulaciones nos permitirán infinidad de aplicaciones que incluso ahora nos costaría imaginar, pero a la vez me preocupa que el creciente interés de interaccionar on line (en detrimento de las relaciones sociales convencionales), nos haga preocuparnos más por lo lejano, generando distancias insalvables  con quienes tenemos más cerca.
Si alguna vez os habéis sentido solos, aislados por un muro invisible, en alguna reunión social en la que los asistentes estaban más pendientes de sus smartphone que de vosotros, sabéis a lo que me refiero.   
Ya nadie duda de que fenómenos surgidos en entornos virtuales como las redes sociales están cambiando progresiva e irreversiblemente la forma de relacionarnos. Actualmente podemos comunicarnos en tiempo real con personas en cualquier parte del planeta, y por supuesto, reducir distancias emocionales al hacerlo con nuestros seres queridos. En definitiva emitir cualquier información por buena, mala trascendental o irrelevante que sea. También acceder a cantidades ingentes de documentos de una manera con la que no hubiéramos soñado hace no tantos años.
A pesar de todas estas fantásticas ventajas tecnológicas, intento pensar que es lo que en última instancia hace más apetecible estar permanentemente conectado frente a no hacerlo. Elegir lo virtual frente a lo real.
Me viene a la mente  tal vez que en primer lugar en los entornos virtuales prima la cantidad de información frente a la calidad, ya sea  acerca de nuestras relaciones sociales, de lugares por visitar, o de noticias sobre el mundo que nos rodea. La mayoría de veces no tenemos tiempo de contrastar nada, y lo que es peor, realmente no queremos.
Seguidamente la facilidad de acceso (entendida como comodidad), algo muy importante en la actualidad, porque la cultura del esfuerzo no pasa por sus mejores momentos. Siempre costará menos ver un documental de alpinismo que subir a una montaña. De relaciones sentimentales ni hablamos.
En relación con la facilidad cobra importancia la rapidez, y con esta última la superficialidad campa a sus anchas para que finalmente aparezca la impunidad, entendida como la capacidad de observar sin ser visto, y en algunos casos, de sentir que las consecuencias negativas de nuestras acciones van a ser en muchos casos sensiblemente inferiores a las que cabrían esperar en el mundo real, cuando no inexistentes. Pensad por un momento que si de niños habéis fantaseado por momentos por ser invisibles, no sería para nada bueno.
Y si esa invisibilidad puede ser muy atractiva para muchos, no lo es menos la posibilidad de alimentar la vanidad a la vez que se proyecta una imagen personal algo distorsionada de la realidad. Personalmente pienso que el autoengaño es uno de los peores posibles, pero contemplo este fenómeno de una manera lo más aséptica posible, como también lo hago con el concepto de extimidad.
Me imagino que con esta apasionante combinación de ventajas y desventajas, la potencialidad que tienen las nuevas tecnologías ( incluso sin nombrar otras áreas como la inteligencia artificial) para cambiarnos es inmensa.  
Esperemos que sepamos aprovecharlo.



2 comentarios:

  1. Creo que fue Roland Barthes, no recuerdo bien, quien vaticinó que con la llegada a la nueva era digital el hombre había retrocedido de nuevo a la prehistoria olvidando el poder de la palabra y cambiándolo por la imagen. Cuántas veces me he sentido en esa extraña soledad del que, estando rodeado de gente, se siente totalmente invisible. Apenas hace unos cuatro años, cuarenta docentes en un congreso de educación se volvieron extrañados por ser yo la única que confesó inocentemente no tener ninguna red social... a pesar de utilizar hoy en día alguna que otra, sigo pensando que nada sustituye a la voz y a la mirada, a la charla, al juego del intelecto en buena compañía. Escondido detrás del telón tecnológico, vivimos vidas virtuales y, muchas veces, corremos el peligro de olvidar vivir la real.

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    1. Totalmente de acuerdo, pero dado que se hace cada vez más difícil aislarse de un mundo globalizado, hará falta mucho sentido común para complementar la enormes potencialidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías con otras formas de relacionarnos mucho más tradicionales.
      Gracias por leerme. :)

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