martes, 5 de mayo de 2015

'Explorando la despensa.'


          Entre los muchos motivos que puede tener cualquier persona para considerarse afortunada, no suele faltar sentirse querida por buenos amigos. Si además, como es mi caso, pertenecen a ámbitos muy diferentes, las ventajas se multiplican por permitir asomarse a otras realidades y formas de pensar diferentes a la nuestra.



Las aficiones no son una excepción a esto, y cuando coincido con algún amigo que me explica con pasión algún hobby que me es ajeno, a veces me siento como un niño que en la cocina, de puntillas, levanta la vista hacia una despensa abierta, buscando con la mirada entre frascos y latas de variados colores algún pequeño tesoro como pueda ser una chocolatina, quizás alguna galleta apetecible, o un bote de crema de cacao.


En mi caso, os puedo comentar que me encanta que me hablen de  deportes que aún no he practicado, o géneros literarios a los que me he acercado poco o nada. De los últimos por ejemplo, uno de los que apenas he frecuentado (salvo varias novelas distópicas como puedan ser ‘1984.’, ‘Un mundo feliz.’ o ‘Fahrenheit 451.’) es el de la ciencia ficción. Aunque en el cine no me pierdo película fantástica alguna, tengo que reconocer que leer las obras maestras del género es una de mis asignaturas pendientes. Ayudado entonces por la riqueza de detalles de las explicaciones de mis amigos, imagino que serán del tipo de novelas que, una vez liberadas de muchos condicionantes de tipo histórico o cotidiano, permiten desarrollar tramas en las que se abordan cuestiones existenciales de primer orden, muchas veces en forma de grandes retos del futuro.


Como no puede ser de otra manera, uno de los temas centrales que aparecen en estas novelas, es la existencia de vida extraterrestre, su grado de evolución y por supuesto, su actitud para con nosotros. Me inclino a pensar, que en caso de que apareciera alguna especie visitante, por el hecho de habernos encontrado estaría en posesión de un avance tecnológico muy superior al nuestro, y probablemente no fuera muy amigable, por resultarles insignificantes como especie. En definitiva, no nos tratarían mucho mejor que nosotros lo hacemos con gran parte del reino animal y vegetal. Imagino que la clave de que pudieran sentir algo de empatía que les generara compasión, estaría directamente relacionada con la capacidad de comunicación entre ambas especies. Me vienen a la mente entonces un par de los variados conceptos acuñados por el autor del conjunto de novelas de  ‘La saga de Ender.’, en particular ‘ Ramen ‘ que serían miembros especies de otros mundos con los que es posible la comunicación y al menos potencialmente, la coexistencia pacífica, y ‘Varelse’, que sería también especies de otros mundos, con los que con independencia de su inteligencia, no es posible la comunicación, por lo que sería justificable una guerra en defensa propia. Pero lo verdaderamente valioso es que se trata de conceptos que dependen totalmente del punto de vista del juicio y madurez del que los establece, de manera que una misma especie podría ser considerada como ramen o varelse en función de la especie que la juzgue.


Bajando a cuestiones más terrenales, y como ocurre con tantas reflexiones inducidas por el género, no resulta muy difícil encontrar analogías con el mundo en el que nos ha tocado vivir, en el que tenemos acceso inmediato a verdaderas atrocidades en tiempo real con independencia del lugar en que se produzcan. No sorprenden entonces al leer sobre la naturaleza violenta humana ejemplos como la cárcel simulada por alumnos de la Universidad de Stanford repartiéndose los roles de prisioneros o guardias. En aquel experimento los maltratos reales que se produjeron hacia los encarcelados, comenzaron por comenzar los carceleros a reclasificarlos como ‘no personas’. Por el contrario, podemos encontrar curiosos ejemplos para la esperanza como el que se cita en ‘La tabla rasa.’ acerca de la participación de George Orwell en la guerra Civil española, que vio a un hombre corriendo por su vida medio desnudo sujetándose los pantalones con las manos, ‘Me reprimí de dispararle- escribía Orwell-. No disparé en parte por ese detalle de los pantalones. había venido a matar fascista; pero un hombre que trata de que no se le caigan los pantalones no es un fascista; evidentemente es una criatura amiga, un semejante.’ La clave en ambos casos está en incluir o expulsar a los extraños de nuestro círculo moral, con independencia de que seamos conscientes o no de ello.    


Así que supongo por todas estas cosas que  la empatía, además de facilitarnos buenos ratos entre amigos, sería deseable que llegará ser unos de los pilares de cualquier sistema educativo que forme personas.


Bueno, os dejo, voy a buscar algo a la cocina.